"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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25-06-2025 |
Marca “El Pepe” o Sobre la oportuna moral de ser ex
Alma Bolón
/ La carrera presidencial reciente se nos revela como un casting logrado: el exitoso oncólogo-empresario tejano, el ex guerrillero que ignoraba el odio, el simpático carrasqueño en perpetuo feriado, el montón de nada bueno.
Contrariamente a una creencia difundida, son los presidentes presentados como de izquierda quienes mayor daño suelen hacer, ya que inhiben y desacreditan ideas y prácticas identificatorias de la izquierda como lo son la protesta y la resistencia ante lo considerado injusto, despreciable e inadmisible, y como lo es la interrogación incesante sobre la legitimidad (y la necesidad) del orden al que consentimos someternos. Cuando estas prácticas identificadas con la izquierda son desalentadas y descalificadas no solo, como sería de esperar, por la derecha, sino por la propia izquierda, el resultado es catastrófico.
Por esto, el daño viene de lejos, se inicia con el convencimiento de que la posibilidad de ganar las elecciones justifica -exige- todo tipo de sacrificios, en particular el sacrificio de las razones por las que podría valer la pena ganar las elecciones. Según esta subjetividad, ya no se trata de resistir lo injusto y de interrogar el orden que impera, sino de adaptarse, de ser realista, de acomodar el cuerpo en el hueco que, si uno es obediente y no da patadas al aire, nos ofrece “la realidad”.
Porque, pegando un vuelco, la edad adulta ya no será el pensar por sí mismo, emancipándose del tutelaje del cura, del patrón, del profesor, del gobernante, sino que será ponerse bajo el tutelaje de “la realidad”, aceptándola como la frontera obvia de lo posible, como el aviso último antes del abismo.
Para esto, fue particularmente dañino José Mujica, producto de un casting jubiloso de los medios de comunicación, que celebraban hasta la náusea (y sin que la verdad financiera tuviera alguna incidencia) al “presidente más pobre del mundo” que había sabido “perdonar a sus carceleros” y que filosofaba a troche y moche mientras menoscababa el estudio de las humanidades. Su estrellato mundial fue fulminante: recuerdo una contratapa de Brecha ilustrada con la foto de un comercio de Tokio que exhibía calzoncillos con la efigie de Mujica. Para entonces, en Uruguay, las noticias solían ser la noticia que Mujica era en el mundo, o para el mundo, que admirado y envidioso enviaba sus reporteros, fotógrafos, camarógrafos, cineastas, rockeros, lingüistas… Esto era mucho más de lo que podían esperar los uruguayos siempre ávidos de ránquines, de ser noticia, de reconocimiento internacional, de merecido y postergado protagonismo.
El inexistente debate se tramitaba entonces entre el atildado Astori y el desaseado Mujica; entre el docente de ciencias económicas y el sabio de las ciencias de la lleca; entre el que no diptongaba los verbos cuando no se debía (“solo lo que podamos”, decía uno) y el que diptongaba los verbos cuando no se debía (“solo lo que puédamos”, decía el otro); el que lucía cabellera y dogma neoliberal moldeado en helada sintaxis tecnocrática y el que lucía pelambrera y dogma neoliberal formulado en machacada prosa asistencialista.
Más allá de lo acicalado o desaseado, las inexistentes diferencias quedaron a la vista en la alianza, hoy sostén del Frente Amplio, entre tecnocracia neoliberal y asistencialismo neoliberal, coincidencia nunca antes faltante. De ahí, lo que sabemos: creciente concentración y extranjerización de la tierra; exoneraciones fiscales para los inversionistas; entrega de la soberanía y violación de la Constitución mediante la firma de numerosos contratos secretos; entrega del puerto y de la riqueza hídrica por cincuenta años; cuantiosos endeudamientos pagos por la población para “atraer a los inversores”, único acto salvífico conocido por tecnócratas y asistencialistas, perpetuos portavoces de “la realidad”, de “lo que hay”, de su materia amarga y férrea, de la necesidad de aceptarla para evitar “algo peor”.
Para estos menesteres, para que los frenteamplistas aceptaran aquello cuyo rechazo los había llamado a existir, para dorar la píldora incolora de los tecnócratas neoliberales, el producto mediático llamado “Pepe Mujica” fue fundamental. También lo fue para quienes se acercaban al Frente Amplio por primera vez, a veces jóvenes con nulo conocimiento histórico o criterio político. Porque estaba visto que la prédica helada de la tecnocracia espantaba a aquellos a quienes nada les decía esa prolijidad numérica invencible. Mucho más audible era la cháchara que, hilvanando lugares comunes, sostenía: “Esta es la realidad, la única, la insuperable; no sea nabo, acepte su destino: será un doblegado, pero bajo un soberano magnífico, admirado por el mundo entero: Yoelpepe”.
En abril de 2012, en Brecha publiqué «“El Pepe” fue el regalo con el que la derecha nunca se había atrevido a soñar». Porque desde entonces mi opinión sobre Mujica solo pudo empeorar y porque Brecha reincide dándole lugar, terminaré retrotrayéndome a aquel otoño de 2012:
«La marca “el Pepe” reúne el alocado pasado de joven guerrillero con el sensato presente de viejo sabio. Esa es su fuerza: su doblez. Porque de viejos sensatos de derecha, preconizadores de un sentido común que aconseja doblar el lomo y laburar, puesto que se es pobre, chiquito y feo, está lleno Uruguay. También lo está de viejos guerrilleros, generosos y desinteresados, que antaño también pagaron caras sus convicciones y que hoy siguen preconizando que doblar el lomo no es programa vital para nadie. Pero el gran hallazgo de los medios de comunicación, su enorme golpe de suerte, es haber encontrado a quien reúne ambas dimensiones, a quien puede, desde su condición de guerrillero, legitimar la obligación moral de ser ex: el Pepe. Para distinguir entre los buenos «sindicatos» y las abominables «corporaciones» ¿quién más apropiado que un presidente que luchó en las filas populares?
¿Quién más adecuado que un presidente desprendido con sus haberes, cuando se busca la aceptación de sueldos de 10 mil pesos? Para aconsejarles a los pobres que permitan a los poderosos hacer su juego y, llegado el caso, se anoten algún garbanzo ¿quién más apropiado que un presidente introducido, como de carambola, en el patio de los poderosos? ¿Qué mejor que la sabiduría de boliche para condenar a los intelectuales de café? ¿Quién mejor que un incontinente filósofo de la lleca y del rioba cuando se debe predicar la inutilidad de Aristóteles para quienes no deben salir de su lleca y de su rioba, si no es para levantar paredes en calles y barrios ajenos? (Así filosofó Mujica en la televisión: « Por ejemplo, cualquier muchacho que aprende hoy un oficio es macanudo, pero tiene que empezar por entender inglés para entender el manual. En lugar de explicar al tipo Aristóteles, no jodas, vamos a enseñarle al tipo inglés y lenguaje digital aunque el tipo vaya a levantar paredes » [Canal 12, 15-I-12].
¿Cabe mayor programa de educación para la sujeción a un -supuesto- destino, a un puesto de trabajo, a un lugar? ¿Cabe mejor programa de instrucción para levantar las paredes -de edificios puntaesteños o de calabozos- detrás de las cuales la existencia de muchos quedará apostada?»
De un otoño al otro, vistos el designado Codicén y sus “expertos”, nada permite augurar que, salvo minúsculos ajustes, estas preguntas hayan perdido sentido.
Publicada originalmente en Brecha, mayo 16 2025
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